No existen emociones positivas o negativas, buenas o malas; todas las emociones tienen un propósito y nos proporcionan información importante, aunque algunas puedan resultarnos más o menos agradables. En esta línea, es imperativo educar en inteligencia emocional para que el infante aprenda a gestionar adecuadamente sus emociones, adquiriendo la capacidad de identificar sus emociones, nombrarlas y manejarlas de manera efectiva.
En este contexto, mientras que las emociones en sí no son ni buenas ni malas, las acciones que resultan de ellas sí pueden serlo. Al desarrollar la capacidad de reconocer cada emoción y entender el comportamiento que puede generar, se fomenta una gestión emocional adecuada. Esto no solo permite a los infantes expresar sus emociones de manera constructiva, sino también reflejar sus valores, estilo de vida y preferencias personales de la mejor manera posible.